Concepción - Chile - 2010
Hoy es el día después del terremoto, uno de los más grandes en la historia de Chile. Y dicen que todavía podría venir la réplica, que puede ser igual o peor.
La partida de Buenos aires comenzó en horas de la madrugada, alrededor de las 04:11 am (mientras escribo esto el piso debajo mío se acomoda) con un llamado del productor, Fede, que me pregunta: “Nico, parece que hubo un terremoto grande en Chile, ¿tienes equipo para viajar ya?”. Le respondí que sí, y que nos veíamos en el aeropuerto en media hora. Lo cierto es que no tenía equipo para ir. Lo había vendido. 

Casi al mismo tiempo en que ocurrió el terremoto en Chile, había habido también un sismo en Haití y muchos de los corresponsales más expertos ya estaban allí. Para ese entonces, creo que lo único que tenía yo para ofrecer, era mi entusiasmo, porque ni siquiera contaba con cámara para trabajar.  
Mientras arrojaba cosas en mi valija de viaje -cualquier cosa- y mientras el auto que me llevaría rumbo al aeropuerto ya me esperaba en la puerta, pensaba cómo podría conseguir un equipo a las 4.30 am.  Tenía un teléfono de un corresponsal que había trabajado con mi tío en NBC y acababa de llegar de México. Marqué el número y del otro lado se escuchaba ruido como de fiesta -“Hola Tano!”. -“¿Quien habla?”-, me preguntó. “-Soy Nico!, el sobrino de Hermes. Del otro lado de la línea un murmullo inaudible complicaba la comunicación ¿Me vendes tu cámara?”-. “-Dale!”, me contestó. Le dije que pasaba a buscarla, y dejé raudamente atrás a Cecilia y Elenita, que tenía entonces casi 2 años.  
Tomé 4 mil dólares que tenía de la venta de mi cámara y la primera parada fue la Agencia AP. Allí recogí trípode, micrófonos y, antes de llegar al aeropuerto, hice una parada en la Fiesta del Tano. Me dio la cámara y yo la plata. Era eso, o quedarme mirando las noticias del otro lado. 
Llegué al aeropuerto a las 5:30 am con todo mi equipo listo. Allí me esperaban Fede(Productor) y Brian (Asistente). Después de miles de llamadas y de varias idas y vueltas, terminamos tomando un vuelo privado a Mendoza y, desde allí, un chofer nos cruzó por el paso del Cristo Redentor hacia Chile. Llegamos de noche a Santiago, una ciudad golpeada, claro que en cuanto comenzáramos a bajar la cosa empeoraría.
Después de una parada técnica en las oficinas de la agencia AP, el chofer condujo toda la noche hasta la localidad de Constitución. En el camino ya se veían las consecuencias de la catástrofe: un éxodo de autos en la autopista en dirección contraria  a la nuestra. Mientras, nosotros nos adentrábamos en la inconsciencia. Parecía un sueño de esos en los que quieres despertar, con la sensación de que estás en el sentido incorrecto.  
Me desperté y llovía. Las luces del alba comenzaron a darnos una primera dimensión de la catástrofe. Nos dirigimos junto a militares chilenos a las zonas más duras para el rescate, a donde solo se accede con camiones especiales. Allí íbamos con Brian,  subidos a la cabina. A medida que avanzábamos, no solo el terremoto nos mostraba un paisaje desolador; el tsunami también había hecho lo suyo, e incluso peor. 
Ya en la costa, estas unidades militares comenzaron el recorrido a pie en busca de cuerpos. El día se anunciaba gris y el Pacifico estaba dando una tregua. Los seguíamos a una distancia prudencial, expectantes, para poder capturar algún cuerpo, transmitir la noticia y así “seguir alimentando al dragón”, como me gusta llamar a los medios de información. Sin embargo, en ese momento, no sabía que el dragón en verdad existía. 
La búsqueda se hacía extensa, la luz era ya más clara, pero igualmente teníamos un poco más de tiempo antes del primer boletín. De repente alguien grita algo, un grupo corre por la playa y nosotros, con cámara y trípode a cuestas, corremos para hacer las primeras imágenes del día. El plan era simple: filmar los cuerpos y su recolección, para luego llevar el material al productor y transmitir con nuestra unidad satelital. Nada nuevo, nada que no hubiera hecho con anterioridad. 
Sin embargo, el mar trajo algo que yo no esperaba. En la orilla reposaba una beba que no llegaba al año de edad. Elena! fue lo primero que vino a mi mente. De los cientos de cuerpos que esa mañana encontraron en la orilla, justo ese me tocó a mí. Mientras hacía mi trabajo mecánicamente, lloraba por ella con ojos anónimos, por Elena, por todo lo que nos rodeaba. Yo, en una orilla y la niña en la otra, quizás con sus padres, pero ya lejos de todo dolor y tristeza, que es donde todo niño debe estar. 
Creo que todos tenemos nuestras historias, historias que nos buscan si nosotros salimos a buscarlas. Algunas alegres y otras, como esta, que nos encuentran para ser alzadas, lloradas y, con una oración, las dejemos ir en paz, con la próxima ola.
¿Qué diferencia hay entre esta niña y los demás cuerpos encontrados ese día en la playa?: Alguien ha estado ahí para llorarla, con el mismo amor de un padre a una hija.
Nos fuimos rápido a transmitir, el dragón seguía despierto y las lágrimas ya eran mar. 

Nico Muñoz

Foto: Natacha Pisarenko

Todavía guardo no solo el cariño, sino parte de la experiencia que hoy dia me sigue acompañando en mis historias, de todos mi colegas que en ese momento me acompañaron: Brian, Nata, Ali, Rober, Mauricio, Fede, Gus, Chichi, Marce, Marcelo, Edu, Osvaldo, Los choferes, Vicente, Debi, Mai, Almu, Flora, Jochi, Tom, Bill, Steve, Ivan Gracias Muchachos! Y a mi familia que siempre me espera en la orilla. 
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Al termino de la cobertura, Roberto Candia, me donó su histórica cámara que tanto lo acompañó en su carrera. 

27 de febrero de 2010. Pelluhue. Roberto Candia, agencia AP

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